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Trata De Personas En Argentina


LAS PRIMERAS REDES DE TRATA DE  PERSONAS: LOS EXTRANJEROS GANARÁN "MERCADO" A  LOS EXPLOTADORES NACIONALES 

La primera red de traficantes locales surgió en 1889 y estaba integrada por delincuentes de origen judío.  Las mujeres “importadas” a fines del siglo XIX y principios del XX provenían de Europa central y Rusia. A causa de la  pobreza y la persecución religiosa que sufrían, sus padres las vendían a rufianes que fraguaban un matrimonio religioso entre la mujer explotada y explotador. Éste la ponía a trabajar en su beneficio o la vendía a otro proxeneta. Las mujeres, al casarse con un extranjero, perdían su ciudadanía de origen y, entonces, ya no podían reclamar a las autoridades consulares de su país.  

Vivían las víctimas en  condiciones inhumanas: al llegar eran obligadas a firmar un contrato por el que se comprometían a pagar el viaje, la ropa, el alimento, la renta de la pocilga donde la alojaban y su mobiliario. Todo a precio varias veces superior al real, por lo que su deuda se eternizaba y se convertía en un instrumento más de retención.

“Provenientes de familias campesinas, sometidas al vasallaje y a costumbres sexuales que en algunos casos incluían las relaciones pre maritales y los embarazos como signo de fertilidad, es posible que hayan aceptado el comercio sexual como una etapa más de su ya desdichada etapa anterior”


Al mismo tiempo, las transformaciones de nuestra campaña ante el avance de la modernidad - impuesta por el modelo dependiente establecido entre las naciones poderosas de Europa y las clases  dominantes nativas del campo-  dará lugar a la “industria nacional” de la prostitución.

Tras la batalla de Pavón, por  los años de 1870, el gaucho es perseguido y condenado por cualquier cosa. El “Martín Fierro” denuncia las desgracias que le sobrevienen al gaucho cuando resiste la leva de tropas para los fortines. Ya sea reclutado compulsivamente para integrar la tropa que deberá ejecutar la política de exterminio de nuestros pueblos originarios, ya sea que el gaucho se fugara antes de la leva, siempre dejará a su familia en el desamparo. A menudo la mujer deberá “… malvender al final su conducta y su honra para regodeo de algún juez de paz, de algún milico con grado, de algún señor terrateniente o de algún codicioso cuya fortuna - bien o mal habida- asegura absoluta impunidad para el fomento de sus inclinaciones eróticas”

Otras mujeres irán a las ciudades para servir en “todo” a su patrón y, otras,  engrosarán los burdeles orilleros: serán la  mercancía más barata y menos solicitada por los solitarios inmigrantes, una vez llegadas las europeas, blancas y elegidas por su belleza, para el mayor rinde del negocio. “¡Qué más iba a hacer la pobre/para no morirse de hambre!”- cantará con piedad José Hernández en el Martín Fierro.

Algunas publicaciones - como “El Puente de los Suspiros”, que fue rápidamente clausurada- intentaron  denunciar el naciente comercio de mujeres, aunque en dicha publicación se sospecha que, bajo el pretexto de denunciar y combatir el vil comercio, se amparaban ciertos explotadores dispuestos a  desalojar a sus competidores del “mercado”: la lucha incipiente por el poder empieza a dirimirse en la prensa y ya tiene como interlocutores a las autoridades municipales y policiales


Pero no tardó mucho tiempo en organizarse la actividad de la trata a gran escala, como siguiendo el curso ascendente del capitalismo, al compás de las dos revoluciones industriales. Los rufianes nativos se conformaban con ganancias relativamente módicas: explotaban sólo una o dos mujeres en forma personal. Pero los delincuentes de origen europeo (franceses, rusos, polacos, rumanos) veían en el “negocio” una  gran empresa trasnacional  que asumiría sorprendentes niveles de organización, poder económico y político, creciendo así su capacidad de corromper a las autoridades y alcanzar sus designios con menos y menos obstáculos legales y prácticos. Dos grandes “sociedades” serán las que dominarán el mercado durante buena parte del siglo XX.







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